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A finales del siglo XIII la población en Oviedo ya superaba los 5000 habitantes, visitada habitualmente por peregrinos que introdujeron el estilo comercial de los francos, siendo lo primero que se vende en sus comercios el pan y la sidra.

En esta época el pan era el 70% de la ración diaria del alimento, sobre todo en las clases bajas, que lo elaboraban con varios tipos de cereales: el centeno, la avena, trigo sarraceno, el mijo o la escanda. La harina de trigo blanco y refinado lo consumían únicamente las clases altas.

Este alimento se acompañaba con otros productos “companagium”, y con bebidas como el vino, la cerveza o la sidra, ya que el agua era un foco de transmisión de enfermedades.

En el Oviedo medieval eran las mujeres,” las panaderinas”, encabezadas por María Pérez en el siglo XIII, las principales encargadas de su elaboración, y a las que las Ordenanzas obligaban a imponer una marca o señal en cada pieza fabricada. Las panaderas se encargaban de amasar y vender el pan, y los forneros lo cocían.

Los dueños de los hornos cobraban una porción del pan que horneaban mientras que las panaderas, mal pagadas, iban con el cesto en la cabeza de puerta en puerta para su venta, ya que pocas tenían un puesto fijo de venta.

En cuanto a su ubicación en la ciudad, en esta época, si sabemos que, en la calle del Peso, se pesaba la harina que luego era llevada a los hornos, situados fuera de la muralla por miedo a los incendios.

En Oviedo siempre fue importante la producción de pan y harina ya que llegó a tener documentados hasta 49 molinos.